AUNQUE TU NO FUISTE, ME DESQUITO CONTIGO.








Al terminar una relación amorosa es sumamente difícil observar cuales fueron las posibles causas por las cuales ésta termino. Normalmente se presenta una fuerte tendencia a culpabilizar al otro por la ruptura, comenzamos a ver y analizar las buenas cosas que nosotros dimos y lo injusto y terrible que es ese otro al no valorar lo que nosotros le dimos. Es así que se presenta una fuerte tendencia a exaltar nuestros atributos y exagerar los defectos que tiene el otro al no valorarnos en la justa medida.

Nos vemos a nosotros mismos como excelentes, benignos, generosos, entregados, sometidos, serviciales y al otro lo vemos, como injusto, falto de compromiso, desleal, abusivo, egoísta e inclusive narcisista.

Es el modo que encontramos para poder explicarnos la situación. Nosotros somos buenos y el otro malo. Pero si somos tan buenos, ¿por qué nos dejaron? ¿Si di tanto por qué no lo valoro? ¿Si me entregue en cuerpo y alma, por qué me abandonó?

Y la respuesta a todo lo anterior es simple y llana: la relación no funcionaba como nosotros pensábamos.

El grave problema que surge en esos momentos en donde contactamos con tanto dolor es que de manera consciente o inconsciente nos hacemos promesas. Nos decimos a nosotros mismos “nunca más”: ¡no dejaré que me usen de nuevo! ¡Seré más egoísta! ¡Desde ahora me mostraré fría! etc. Creemos que las fallas están en lo que dimos o hicimos; sin embargo, esas promesas cargadas de irreflexión y falta de análisis se incorporan a nuestras creencias y en ese tipo de persona prometida nos convertimos cuando rehacemos el amor al lado de otro compañero (a).

Y entonces nos transformamos en una persona fría, egoísta, sin capacidad de ceder (que se requiere dentro de una relación) y sobre todo dudaremos de todas las intenciones que tenga el otro con nosotros, aunque provengan de un deseo benéfico-auténtico. Podemos convertirnos en un monstruo para la nueva persona que llega a nuestra vida, y él o ella pagarán por los platos rotos de una situación inconclusa proveniente de una pésima relación anterior.

Veamos esto desde otra perspectiva. ¿Qué pasaría si somos nosotros los que estamos pagando por las promesas que se hizo nuestra pareja, debido a las desavenencias con su relación anterior? En resumidas cuentas tendremos también un infierno de relación.

Cada ruptura o desavenencia es una crisis, y las crisis son momentos excelentes para renovarnos, no para prometernos cosas inútiles sino al contrario, para prometer cosas hacia el mejoramiento personal; pero, esto no lo podemos llevar a cabo si no nos hemos dado a la tarea de revisar de manera concienzuda qué participación y papel tuvimos tanto en la relación como en la ruptura de la misma.

Cada relación es la oportunidad de ser mejores, no peores personas; sin embargo, éstas promesas nos llevan a cerrarnos a no dejar salir la espontaneidad y lo mejor de nosotros, porque el (la) anterior no lo apreció y en eso estamos cometiendo un grave error; dejamos de ser nosotros mismos bajo el supuesto hipotético que eso fue lo que hizo que la relación no funcionara. Si éramos generosos nos podemos convertir en avaros para que las cosas funcionen y a la postre descubrimos que tampoco funciona.

La ruptura amorosa nunca tiene que ver con lo que hacemos o dejamos de hacer; mas bien es el resultado de una serie de conflictos que en su momento no se hablan o porque descubrimos que ciertos rasgos de personalidad del otro no van con nosotros y son insuperables o porque las necesidades de ambos con el tiempo se van modificando.

Haciendo un verdadero análisis podemos caer en cuenta de que en ocasiones nuestro comportamiento y nuestras actitudes no fueron benéficas para la relación y en eso es en donde tenemos que centrar la atención, revisar con calma: ¿por qué reaccionamos como lo hacemos; por qué permitimos que las cosas que nos disgustan se sigan presentando; por qué somos tan permisivos y no ponemos límites; por qué no hablamos a tiempo; por qué me sobajo y me pongo como tapete; por que no defiendo mis derechos; por qué no escucho mis necesidades y trabajo en solitario para solventarlas; por que soy tan dependiente? etc.

Cada persona posee la enorme capacidad de mejorarse cada día y sobre todo de rehacerse, es un mito que no cambiamos y seremos así siempre. Hagámonos la promesa de ser más reflexivos, analíticos, desarrollar un mejor ojo crítico para así, plantearnos estrategias de mejoramiento que nos permitan vivir más en paz con nosotros mismos y así adquirir la sabiduría de convivir adecuadamente con los otros.

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